A lo largo del siglo XVI, los conquistadores
fueron tomando posesión, en nombre del rey de España, de grandes extensiones
territoriales del continente americano. Estas tierras, que quedaron bajo el
control de la Corona española, pasaron a formar parte de su imperio ultramarino, cuyas colonias se ubicaron en América y en Asia, mientras que la metrópoli se encontraba en Europa.
Gobernar este imperio no era tarea
fácil por varias razones: la significativa distancia que separaba la metrópoli
de sus colonias, el lento ritmo de las comunicaciones (tanto por tierra como
por mar), la gran extensión territorial de las regiones colonizadas y la
diversidad cultural que presentaban quienes las habitaban, entre otras. Para
enfrentar estos obstáculos y ejercer el mando, la monarquía española dividió los
territorios americanos que tenía bajo su poder en distintas unidades administrativas e implementó
un complejo sistema de organización a cargo de diversas instituciones y
funcionarios que representaban los intereses de la Corona.
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